domingo, 28 de agosto de 2011

Deseos de cosas imposibles.

Soy de esas que se despiertan cada mañana con la idea de que viven en Manhattan. Lo primero en lo que pienso es en conectar el Mac y hablar por el video-chat con mis amigas para elegir juntas que nos ponemos. Me visto, me maquillo y me peino. Total, cuando he terminado de arreglarme ya es hora de marchar. "Lo siento, llego tarde" y salgo corriendo pero, antes, cojo una tostada de las de mamá. Me paro en el Starbucks de la vuelta de la esquina y pido un Moca Dulce y paseo por Fifth Avenue rumbo a mi carísimo colegio privado porque, sí, soy una de esas chicas afortunadas del Upper East Side. Mi vida transcurre apurada y simple, dócil como un caballo domado o un verano en los Hamptons. Hasta que llega el baile de mi vida en el que entro con mi maquillaje perfecto, mi pelo perfecto, mi cuerpo de top model perfecto y el vestido plateado con el que todas sueñan y conozco, casi por casualidad, al chico de mi vida que no es el "guay" del instituto, como se esperaría de mí, sino el último quinqui, el becado, el chico al que nadie quiere, el último mono del instituto (y un mono monísimo, debo añadir). Él me roba el alma, el corazón y el disfraz de niña buena y me deja en pelotas en la playa abandonada de mi juventud descarriada y perdida y empiezo a dudar. Dudo de mi vida preconcebida, de las normas, los prejuicios, el status y la alta sociedad. Dudo de la libertad con la que creo que actúo y me doy cuenta, al fin, de que mi vida es una farsa, represento a la perfección el papel que me toca vivir... Así que me desmadro, sin más ni más, agarro el pincel y comienzo a perfilar mi vida, a desafiar mis límites, a SER LIBRE. Porque el amor, aunque pone mil vendas en los ojos de quien se enamora, también es capaz de quitar las vendas anteriores.

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